Por María Dolores G. Torres

Tradicionalmente, el arte y la historia han caminado unidos: ya sea porque el primero se convierte en reflejo de su tiempo o porque la historia determina la formación de una serie de procesos socio-culturales que de una forma u otra construyen nuevas realidades que, a su vez, inciden en las propias concepciones del artista y su forma de percibir el mundo. La obra de Rodrigo González (1965) está profundamente relacionada con un presente globalizado, integrado virtualmente por los medios de comunicación o por internet; a través de ellos, hace arte y se convierte en agente de la historia. La exposición Sin palabras parte de una serie de íconos culturales, pertenecientes al mundo de las imágenes - periódicos, televisión o videos- donde están codificados los acontecimientos que han marcado un antes y un después desde los comienzos del nuevo milenio. No existe, sin embargo, una ruptura temporal sino una relación de continuidad entre el Arte y la Historia bajo una perspectiva crítica.

Para su inventario histórico, Rodrigo González hace uso tanto de los símbolos del poder como de los objetos de desecho. Partiendo de materiales poco tradicionales, de clara apariencia matérica como sacos y arpilleras, arenas, pintura industrial, polvo de mármol, collages con páginas de periódico, brea y telas metálicas, forma superficies arañadas, corroídas y grumosas que permiten entrever el mundo violento y agresivo por el que diariamente transitamos. Este mundo está dividido en cinco temas y las obras están distribuidas en cinco paredes distintas. En la primera pared, bajo el nombre de La ignominia, aborda la problemática de Nicaragua y tres obras del año 2000 hacen una clara referencia a la corrupción, mal endémico del país. Los recortes de periódicos, pegados sobre arpillera, con fotografías y grandes titulares, presentan como tema central la malversación de fondos y la ineficiencia de un sistema judicial que ha perdido su legitimidad por corrupto y deshonesto. El artista, a través de los títulos No más, X (la cruz en aspa como símbolo de rechazo) y Fuera, proyecta la voz del sujeto colectivo y hace eco al grito general de repudio total.

El paso de lo local a lo global está marcado por Los güevos del león I y II, donde aparecen los restos humeantes de lo que fue el World Trade Center – Centro del comercio mundial- en la ciudad de Nueva York y un ángulo del Pentágono consumido por las llamas. El título parte de un refrán popular nicaragüense: “le tocaron los güevos al león”, es decir, lo atacaron donde más le duele. La asociación entre el león como rey de la selva y el león rey de la economía y del poderío militar, como son los Estados Unidos, presentan un paralelismo en cuanto a la correlación de fuerzas: la del capitalismo como sistema hegemónico, al que hirieron en su parte más sensible, y el espectáculo visual del desastre sin un enemigo concreto. Las dos torres gemelas del arquitecto Minoru Yamasaki, que formaran parte del paisaje urbano neoyorquino y del skyline de Manhattan, se convirtieron en imágenes de guerra y de terror en un mundo mass-mediatizado donde la teleaudiencia no lograba averiguar si lo que estaban presenciando era realidad o ficción cinematográfica. Las imágenes de Rodrigo González, como parte de ese espectáculo visual, nos llevan a reflexionar sobre lo pasajero y lo efímero: en cuestión de minutos, el mundo de las finanzas y los dos íconos del comercio mundial quedaron reducidos a un montón de escombros, papeles y cenizas flotando por los aires.

De lo global y lo mundial, volvemos a lo local con La ciudad, a partir de tres obras del año 2002. Esta vez se trata de Managua “la ciudad caótica del paisito”, conformada por un collage de telas de varios colores, desde jeans viejos y arpilleras hasta telas metálicas y de cortinas. El ensamblado irregular sugiere la idea de una ciudad dispersa y desorganizada, un patchwork híbrido, que se escapó a las ordenanzas urbanísticas. Relacionados con el contexto socio-político de la capital, están otras dos arpilleras: Una esperanza y Frontera. La primera conformada por dos campos de color, negro en la parte inferior y amarillo polvoriento en la parte superior, están divididos por una delgada línea brillante, como una luz en el horizonte, que marca el principio de un futuro prometedor. En esta imagen simbólica, la trama y el urdimbre del yute o arpillera tejen una amplia gama de significados en torno a la compleja red de poderes e influencias, que de forma más concreta se observará en Frontera donde la lucha por los límites con Honduras está marcada por los bordes irregulares de una gran mancha de petróleo, probable causa de la disputa. Las tres obras no tienen bastidor y cuelgan libremente sin estar sujetas a ningún marco que las aprisione, confrontando la pintura de caballete y borrando la división entre pintura y escultura.

Entre todas las obras, la serie de las Banderas, correspondiente al año 2002, es sin duda la más simbólica y la que retiene un mayor contenido semántico, puesto que el color o el escudo que éstas llevan, indican la nación a que pertenecen. En este caso, ninguna tiene escudo, pero los colores, al igual que los títulos, definen su origen y significado: Amarillo y blanco, los colores de la iglesia; Azul y blanco los colores patrios de Nicaragua. En ambos casos el abanico de asociaciones es amplio: en la primera, tanto los escándalos a nivel nacional e internacional, marcados por el abuso de poder, relacionados con la pederastia, las dádivas y prebendas, la complicidad y la soberbia, empañaron la imagen de una Iglesia no tan santa. En la segunda, el azul desvaído y agujereado, el blanco manchado y los gruesos zurcidos revelan el lado oscuro de una profanación y agravio a la patria, así como la dificultad de reconstruir sobre lo destruido. La otra bandera, Rojo y blanco (Sin mancha concebida), presenta en el centro una amplia franja de pintura ásperamente aplicada, para borrar las siglas del partido "rojo sin mancha". El gestualismo involucrado en el acto de pintar, evidenciado en el dripping o goteo, se puede interpretar como “la voz del Otro” inscribiendo su protesta en las paredes de la historia.

Finaliza la secuencia narrativa con Tiempo pasado, integrada por tres obras de los años 2000 y 2001 respectivamente. El hecho de regresar a un pasado próximo es una forma de rescatar la historia para proyectarla hacia el futuro. Como una fórmula para combatir la amnesia, aborda el tema de los partidos políticos en Tres vías (2001) presentando visualmente las consecuencias del pacto. Los colores negros, grises y rojizos aparecen entremezclados sin definir la bandera que en un tiempo los identificara como PLC o FSLN. Las superficies erosionadas y las manchas estratificadas dejan entrever la confusión y la pérdida de identidad, mientras que la tercera vía, no representada plásticamente, se convierte en la esperanza del futuro. Sin embargo, la obra titulada En bancarrota refleja en su iconología la depresión económica, los fraudes y las quiebras bancarias que ha sufrido Nicaragua, convirtiendo la superficie del lienzo en una evidencia histórica. Tiempo pasado, por el contrario, es la reflexión sobre lo fugaz y lo transitorio, integrando los cambios artísticos y culturales de ayer - codificados en las clásicas hojas de acanto - y los de hoy, representados en el viejo y roto bidón de metal, rescatado de la basura como material artístico. Estos materiales de desecho, corroídos y oxidados, se han utilizado como un medio para actualizar un pasado “sin glorias ni lauros”, bajo la óptica del presente.

En su propuesta artística, Rodrigo González ha logrado incorporar los valores culturales de su país, demostrando que se puede estar al día con las tendencias internacionales sin desvincularse de su propia realidad. Con su lenguaje duro y áspero, y valiéndose de medios no tradicionales, niega la existencia de lo sublime en un mundo donde no tiene cabida la condescendencia al “buen gusto”. Al mismo tiempo, las imágenes, con su fuerza y valor expresivo, suplen a las palabras, reforzando el discurso histórico para insertarlo en el mundo del arte.

Managua, 20 de mayo, 2002



María Dolores G. Torres
Historiadora de Arte